El universo ante la imaginación del niño. Tercera parte: períodos sensibles

El siguiente texto es un extracto traducido del original en inglés “El universo ante la imaginación del niño”.  La primera parte está en “El niño de seis años” y esta es continuación de “La inteligencia del niño” .

 

En su libro “Educación de las potencialidades humanas” Montessori desarrolla su visión sobre la Educación Cósmica. Por ejemplo en el capítulo titulado El niño de seis años y el Plan Cósmico, María Montessori afirma que  la educación entre los seis y los doce años no es una continuación de la etapa anterior, pero se basa en dicha etapa. Dice que “en lo psicológico, cambia decididamente la personalidad, y conforme lo ha determinado la naturaleza, durante este periodo el niño adquiere todo cuanto tiene que ver con la cultura.

Los niños son los constructores del Hombre

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, después de los campos de exterminio nazis y de los bombardeos de Hirosima y Nagasaki, María Montessori, en la introducción de su libro Educar para un nuevo mundo, hace la siguiente reflexión:

El mundo en que vivimos ha sido devastado y necesita que se le reconstruya. Un elemento fundamental para ello es la educación. Los intelectuales recomiendan una mejora en este campo así como también se recomienda el regreso a la espiritualidad. Pero la humanidad todavía no está lista para la evolución tan fervientemente deseada, que consiste en la construcción de una sociedad que viva en paz y armonía y sin guerras.  Si la educación continuara con sus viejas fórmulas y se le siguiera considerando como la simple transmisión de conocimientos, el problema se tornaría irresoluble y no habría esperanza de mejorar el mundo. Solo el estudio científico de la personalidad humana nos puede llevar a la salvación y para ello tenemos ante nuestros ojos a una entidad psíquica en los niños, un grupo social gigantesco, una genuina potencia mundial si se le encamina correctamente. Si tiene que llegar ayuda y salvación, serán los niños los que la traigan, pues los niños son los constructores del hombre y de la sociedad. El niño está dotado de un poder interior que puede guiarnos a un futuro más iluminado. Ya no se puede concebir la educación como la mera impartición de conocimientos, hay que buscar otros caminos para liberar las potencialidades humanas. 

La observación de los primeros dos años de vida ha echado nueva luz sobre las leyes de la construcción psíquica en la infancia que es completamente distinta de la psicología del adulto. Este es el punto de partida de un nuevo camino, en el que no será el maestro el que enseñe al niño, si no el niño el que enseñe al maestro. Tal vez esto parezca una idea absurda, pero queda claramente demostrada cuando se descubre que la mente infantil absorbe el conocimiento y de ese modo se instruye a sí misma. Esto es fácil de probar si se piensa en el aprendizaje de la lengua, toda una proeza intelectual que realizan los niños.

Dentro de cada niño hay un maestro escrupuloso y exigente, que tiene sus tiempos bien establecidos y que ya a los tres años ha producido un ser que, como afirman los psicólogos, aprendió en ese lapso lo que a un adulto le llevaría sesenta años de duro esfuerzo. La observación científica ha establecido que la educación no es lo que el maestro les da a sus alumnos; la educación es un proceso natural que el individuo lleva a cabo espontáneamente y que no es el resultado de oír palabras, sino que se basa en la experiencia que brinda el contacto con el medio ambiente.

La disciplina interior

María Montessori trata sobre el fenómeno de la disciplina interior del niño en su libro La mente absorbente del niño. Dice que debemos tener presente, que el fenómeno de la disciplina interior es algo que debe conseguirse y no una cosa preexistente. Nuestro deber es guiar por la vía de la disciplina. La disciplina nacerá cuando el niño haya concentrado su atención sobre el objeto que lo atrae y que no sólo permite un útil ejercicio sino también el control de error. Mediante estos ejercicios se crea una maravillosa coordinación de la individualidad infantil, gracias a la cual el niño se tranquiliza, se siente radiante de felicidad, ocupado, se olvida de sí mismo y, en consecuencia, se muestra indiferente a los premios y recompensas materiales. Estos pequeños conquistadores de sí mismos y del mundo que los rodea, de hecho son superhombres, los cuales nos revelan el alma divina que posee el hombre. La feliz tarea de la educadora consiste en mostrar el camino con perfección, proporcionando los medios y eliminando los obstáculos, empezando por lo que ella misma pueda oponer, pues la educadora puede constituir un enorme obstáculo.

picando un mapaSi la disciplina fuese algo preexistente, nuestra labor no sería necesaria; el niño poseería un instinto seguro que le haría capaz de superar cualquier dificultad. El niño de tres años que llega a la escuela es un combatiente a punto de ser vencido por las represiones. Ya ha desarrollado una actitud defensiva que ocultará su naturaleza más profunda. Las energías superiores que podrían conducirlo a una paz disciplinada y a una sabiduría divina están adormecidas. Lo único que permanece en actividad es una personalidad superficial que se agota a sí misma en movimientos sin coordinación, en ideas vagas, en un intento de luchar contra las represiones de los adultos o de huir de ellas. Pero sabiduría e inteligencia sólo esperan ser despertadas en el niño. Las represiones han actuado contra él, pero todavía no está todo perdido y fijado en sus desviaciones, y nuestros esfuerzos no serán vanos. La escuela debe proporcionar al espíritu del niño espacio y el privilegio de desarrollarse. Al mismo tiempo, la maestra debe recordar que las reacciones de defensa y, en general, las características inferiores que ha adquirido el niño, son obstáculos que impiden la apertura de la vida espiritual y que el niño debe liberarse de ellas.

Este es “el punto” de partida de la educación. Si el maestro no sabe distinguir el impulso puro de la energía espontánea que nace de un espíritu sereno, su acción no tendrá resultado. El verdadero fundamento de la eficacia del educador consiste en la capacidad de distinguir entre estos dos tipos de actividad, cada uno de los cuales tiene una apariencia de espontaneidad, porque en ambos el niño actúa por su propia voluntad, pero que tienen un significado completamente opuesto. Sólo cuando el educador ha adquirido una capacidad de discriminación, puede convertirse en observador y guía.

La actitud creadora del niño

En El Niño. El secreto de la infancia se habla sobre los periodos sensibles y la actitud creadora del niño. Se manifiesta que la sensibilidad del niño pequeñísimo, antes de que se halle animado de instrumentos expresivos, le conduce a una construcción psíquica primitiva, que puede permanecer oculta. Pero este concepto no corresponde a la realidad. Decir esto sería como afirmar que el niño recién nacido ya posee un lenguaje completamente formado en su interior, mientras que los órganos motores de la palabra son todavía incapaces de expresarlo.

Lo que existe es la predisposición a construir el lenguaje. Algo parecido ocurre en cuanto a la totalidad del mundo psíquico, del cual el lenguaje es manifestación exterior. En el niño existe la actitud creadora, la energía potencial para construirse un mundo psíquico a expensas del ambiente.

Para nosotros tiene especial interés el reciente descubrimiento de la biología relativo a los llamados periodos sensibles, estrechamente relacionados con el fenómeno del desarrollo. ¿De qué depende el desarrollo? ¿Cómo crece un ser viviente?

Cuando se habla de desarrollo, de crecimiento, se habla de un hecho que puede comprobarse exteriormente, pero desde hace muy poco tiempo se ha penetrado en algunas particularidades de su mecanismo interno. En los estudios modernos existen dos factores para profundizar en tales conocimientos: uno, es el estudio de las glándulas de secreción interna, las cuales se refieren al crecimiento físico y se han vulgarizado enseguida por su considerable influencia práctica en el cuidado de los niños. El otro es el de los periodos sensibles, que permiten abrigar la posibilidad de comprender el crecimiento psíquico.

El científico holandés Hugo de Vries descubrió los periodos sensibles en los animales, pero fue Montessori, en sus escuelas, quien encontró estos periodos sensitivos en el crecimiento infantil, y los ha utilizado para la educación.

María Montessori piensa que los periodos sensibles son “sensibilidades que se encuentran en los seres en evolución, es decir, en los estados infantiles, los cuales son pasajeros y se limitan a la adquisición de un carácter determinado.” Una vez desarrollado este carácter, cesa la sensibilidad correspondiente. Cada carácter se establece con auxilio de un impulso, de una sensibilidad pasajera. Por consiguiente el crecimiento no es algo impreciso, una especie de fatalidad hereditaria incluida en los seres; es un trabajo minuciosamente dirigido por los instintos periódicos o pasajeros, que impulsan hacia una actividad determinada, que quizá es distinta de la que caracterizará al individuo adulto.

Si el niño no ha podido actuar según las directivas de su periodo sensible, se habrá perdido la ocasión de una conquista natural, y se habrá perdido para siempre. Durante su desarrollo psíquico el niño realiza conquistas milagrosas; la costumbre de ver esas conquistas ante de nuestros ojos cotidianamente nos convierte en espectadores insensibles.  Pero, ¿cómo se orienta el niño, venido de la nada, en este mundo tan complicado? ¿Cómo consigue distinguir las cosas y porqué extraño prodigio consigue aprender un lenguaje con sus particularidades más minuciosas, sin tener un maestro, sino simplemente viviendo?

Lo logra viviendo con simplicidad, con alegría, sin fatigarse; mientras que un adulto, para orientarse en un ambiente nuevo, necesita tantas ayudas y para aprender una lengua debe realizar áridos esfuerzos, sin conseguir nunca la perfección de la lengua materna, que se aprende en la edad infantil. Un niño aprende las cosas en los periodos sensibles, que se podrían parangonar a un faro encendido que ilumina interiormente, o bien a un estado eléctrico que da lugar a fenómenos activos. Esta sensibilidad permite al niño ponerse en contacto con el mundo exterior de un modo excepcionalmente intenso. Y entonces todo le resulta fácil, todo es entusiasmo y vida.

Cada esfuerzo representa un aumento de poder. Y cuando en el periodo sensible ya ha adquirido unos conocimientos, sobreviene la indiferencia y la fatiga. Pero cuando algunas de estas pasiones psíquicas se apagan, otras llamas se encienden y así la infancia pasa de conquista en conquista, en una vibración vigorosa, continua, que Montessori llama el gozo y la felicidad infantil. Y en esta llama resplandeciente que arde sin consumirse se desarrolla la obra creadora del mundo espiritual del hombre. En cambio, cuando desaparece el periodo sensible, las conquistas intelectuales son debidas a una actividad refleja, al esfuerzo de la voluntad, a la fatiga de la búsqueda, y de la indiferencia nace el cansancio del trabajo.

Aquí reside la diferencia esencial y fundamental entre la psicología del niño y la del adulto. Existe pues, una especial vitalidad interior que explica los milagros de las conquistas naturales del niño. Pero si durante la época sensorial un obstáculo se opone a su trabajo, el niño sufre un trastorno, o incluso una deformación y éste es el martirio espiritual que aún desconocemos, pero que casi todos llevamos dentro en forma de estigmas inconscientes.

Hasta ahora, el trabajo del crecimiento, es decir, de la conquista activa de los caracteres, había pasado, inadvertido; pero una larga experiencia nos ha mostrado las reacciones dolorosas y violentas del niño cuando algún obstáculo externo impide su actividad vital. Como ignoramos las causas de estas reacciones, las juzgamos y medimos por su resistencia a ceder a nuestras tentativas para calmarlas. Con el vago término de caprichos denominamos fenómenos que difieren mucho entre sí. Capricho es todo aquello que carece de causa aparente, todo aquello que puede considerarse como una acción ilógica e indomable. Sin embargo, observamos que algunos caprichos denotan una existencia de causas permanentes que continúan actuando y a las que, evidentemente, no hemos encontrado remedio. Pero los periodos sensibles nos pueden aclarar muchos caprichos infantiles; no todos pues existen diversas causas de luchas internas y además muchos caprichos ya son la consecuencia de desviaciones de la normalidad que aún se agravan más con un tratamiento erróneo. Pero los caprichos relacionados con los conflictos internos que tienen lugar durante los periodos sensibles son tan pasajeros como el periodo sensible mismo y no dejan huellas en el carácter. No obstante, comportan la grave consecuencia de obstaculizar el desarrollo, lo cual es irreparable en el futuro progreso de la vida psíquica. Los caprichos del periodo sensible son expresiones externas de necesidades insatisfechas, toques de alarma de una condición equivocada, de un peligro y si se ha presentado la posibilidad de notarlos y satisfacerlos, desaparecen inmediatamente.

Entonces se observa que al estado de agitación sigue un estado de calma. En cambio, ese estado de agitación hubiera podido asumir finalmente la forma de enfermedad. Por tanto, es necesario buscar la causa de cada manifestación infantil, que nosotros denominamos caprichosa, precisamente porque esta causa se nos escapa, cuando podría representar en cambio una guía para penetrar en los rincones misteriosos del alma infantil, y preparar un periodo de comprensión y de paz en nuestras relaciones con el niño.

letras amelieEl desarrollo psíquico no viene porque sí y no tiene sus estimulantes en el mundo exterior. Es guiado por las sensibilidades pasajeras constituyendo instintos temporales que presiden la adquisición de los caracteres diversos. Y aunque esto se produce a expensas del ambiente exterior, éste no tiene importancia constructiva alguna, ya que ofrece únicamente los medios necesarios a la vida, paralelamente a lo que ocurre con la vida del cuerpo que recibe del ambiente sus elementos vitales por la respiración. Son las sensibilidades interiores que guían en la elección de lo necesario en el ambiente multiforme y en las situaciones favorables a su desarrollo.

¿Cómo guían? Guían convirtiendo sensible al niño interesado en ciertas cosas e indiferente para otras. Cuando se encuentra en un periodo sensible, es como si emanara de él mismo una luz divina que iluminara únicamente ciertos objetos sin iluminar los demás y en aquéllos se concentra el universo, para él. Pero no se trata sencillamente de un deseo intenso de encontrarse en ciertas situaciones, de no absorber más que determinados elementos; existe en el niño una facultad  muy espacial, única, y es la de aprovechar estos periodos para su crecimiento. Es durante los periodos sensibles que efectúa sus adquisiciones psíquicas, como por ejemplo, la de orientarse en el ambiente exterior; o también, es capaz de animar de manera más perfecta e íntima sus instrumentos motores. En estas relaciones sensibles entre el niño y el ambiente está la llave que puede abrirnos el fondo misterioso en el que el embrión espiritual desarrolla el milagro de su crecimiento.