Ante la gran selección de actividades extraescolares que se ofrecen y la libertad que los padres encuentran al inscribir a los niños y mantenerlos en actividades dirigidas pro las tardes, entramos en una disyuntiva. ¿Es lo mejor para ellos? ¿Están adquiriendo, verdaderamente, conocimientos que ayudan en su desarrollo? La respuesta es sí. Sin embargo, el desarrollo pleno no depende de estas actividades ni de un gasto excesivo; el secreto reside en las actividades diarias que realizamos en casa y en entornos preparados de acuerdo a su edad.
En los colegios Montessori, a través de las actividades cotidianas que realizamos para cuidar de nosotros mismos y de nuestro entorno, los niños absorben su cultura y se adaptan a ella. Aprenden cómo se hacen las cosas y gradualmente se convierten en participantes activos: “ayúdame a hacerlo por mí mismo”,
Si, además de realizar esas actividades en la escuela, en casa se les permite colaborar en el diario cotidiano, desarrollan habilidades cognitivas complejas que gradualmente los llevan a ser independientes en sus pensamientos, a controlar sus impulsos y tomar decisiones.
Estas habilidades cognitivas complejas se conocen como funciones ejecutivas o procesos mentales de orden superior. Nos ayudan a planificar, controlar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos, adaptarnos a diferentes entornos o situaciones, alcanzar metas y desarrollar el pensamiento crítico. Cada vez hay más pruebas de que las funciones ejecutivas, como la toma de decisiones y la capacidad para inhibir los impulsos, son predictores sólidos de éxito en la vida.



Las actividades de la vida diaria contribuyen a este desarrollo
Hay tres funciones ejecutivas que sirven de base para todas las demás:
la memoria de trabajo,
la inhibición de impulsos y
la flexibilidad cognitiva.
Los niños no nacen con estas habilidades, sino con el potencial para desarrollarlas.
La capacidad de autocontrol comienza a desarrollarse en los primeros años de vida, incluso durante los primeros meses, pero no se consolida plenamente hasta después de la adolescencia y la adultez temprana. Esta capacidad permite suprimir el impulso de abandonar una tarea, especialmente tras un fracaso, y seguir trabajando hacia la meta sin claudicar. Si bien es cierto que esta capacidad es en parte genética y madura de forma natural con la edad, las experiencias ambientales donde los niños pueden practicarla contribuyen a fortalecerla y desarrollarla exponencialmente.
Lo mismo ocurre con la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Ambas maduran a través de experiencias ambientales donde se les exige usarlas repetidamente. La memoria de trabajo es la capacidad de retener información en la mente mientras realizamos una tarea, como seguir la secuencia de pasos para pelar y cortar un huevo. La flexibilidad cognitiva es nuestra capacidad de cambiar el foco de atención con flexibilidad para adaptarnos a situaciones inesperadas; por ejemplo, sabiendo que podemos resolver el mismo problema utilizando diferentes estrategias, según las circunstancias. En los niños, esta capacidad predice la rapidez con la que aprenderán a leer, resolverán problemas matemáticos y, en general, tendrán un mayor éxito académico.
Estas tres habilidades cognitivas: memoria de trabajo, flexibilidad cognitiva e inhibición de impulsos ayudan a los niños, y eventualmente a los adultos, a planificar, priorizar, perseverar en una tarea incluso cuando encuentran obstáculos, autorregularse y adaptarse a las exigencias que surgen en el camino. Por ejemplo: ser capaces de resolver problemas de matemáticas usando diferentes estrategias, entrenar para una competición sin rendirse, completar un proyecto difícil en lugar de optar por algo divertido, o decidir permanecer en un trabajo desafiante porque de esa forma se obtendrá un ascenso y a una mejor calidad de vida.
Cuando un niño realiza una actividad de la vida diaria, como preparar un menú, cocinar o lavar los platos, está poniendo en práctica sus habilidades cognitivas en desarrollo. Al lavar los platos, el niño debe memorizar y seguir una larga secuencia de pasos para tener éxito (memoria de trabajo). Debe adaptarse a situaciones inesperadas para resolver problemas. Por ejemplo, si usa demasiado jabón, debe encontrar la manera de enjuagar los platos a pesar de ello. Esto demuestra flexibilidad cognitiva. Finalmente, incluso si tiene prisa por terminar, debe caminar despacio para no derramar agua al llevar un recipiente. Esto demuestra inhibición de impulsos. Con la repetición y la práctica, regulará cada vez más sus impulsos para evitar usar demasiado jabón o desperdiciar agua, tomará decisiones para encontrar una manera más eficiente de lavar los platos y aplicará sus conocimientos al lavado de diferentes platos según su tamaño y grado de suciedad.
Todo esto requiere el uso de diferentes funciones ejecutivas que, con el tiempo, conducirán al pensamiento crítico, un gran regalo para los niños.


Dirigir sus propias acciones con libertad
Es importante que las experiencias ofrezcan al niño la oportunidad de dirigir sus propias acciones, por lo que el adulto debe poder conectarlo con la actividad y tomar distancia para permitirle explorar, cometer errores, tomar decisiones para resolverlos y centrar su atención para controlar sus impulsos y completar la actividad con éxito. La intervención continua del adulto dificulta el desarrollo de estas habilidades. Con niños mayores, una vez finalizada la actividad, el adulto puede fomentar la reflexión sobre cómo se hicieron las cosas y buscar nuevas maneras de hacerlo la próxima vez. Pero todo debe provenir del niño, no del adulto. Esta reflexión contribuye directamente al desarrollo de la flexibilidad cognitiva.
Además de estas actividades, es importante que los adultos den ejemplo de cómo autorregularse y afrontar el estrés con éxito. Los niños en sus primeros años de vida aprenden de quienes los rodean y hacen suyas estas experiencias.
Finalmente, existen experiencias compartidas que fomentan el juego creativo y la conexión social, como conversar, leer libros, armar rompecabezas en familia y jugar juegos de mesa para niños pequeños. Todas estas experiencias juntas son, sin duda, la mejor manera de ayudar a tu hijo a desarrollar sus funciones ejecutivas desde pequeño. Recuerda que las primeras experiencias ayudan a construir la base de la personalidad de tu hijo, lo cual contribuye a su bienestar y felicidad.

Basado en un artículo de Alejandra Rosas, Entrenadora AMI 0–3