La disciplina interior

Sobre el fenómeno de la disciplina interior del niño, María Montessori nos dice que debemos tener presente que el fenómeno de la disciplina interior es algo que debe conseguirse y no una cosa preexistente.

Nuestro deber es guiar por la vía de la disciplina, que se dará cuando el niño haya concentrado su atención sobre el objeto que lo atrae y que no sólo permite un  ejercicio útil, sino también el control de error. Mediante estos ejercicios se crea una maravillosa coordinación de la individualidad infantil, gracias a la cual el niño se tranquiliza, se siente radiante de felicidad, ocupado, se olvida de sí mismo y, en consecuencia, se muestra indiferente a los premios y recompensas materiales. Estos pequeños conquistadores de sí mismos y del mundo que los rodea, de hecho son superhombres, los cuales nos revelan el alma divina que posee el hombre. La feliz tarea de la educadora consiste en mostrar el camino con perfección, proporcionando los medios y eliminando los obstáculos, empezando por lo que ella misma pueda oponer, pues la educadora puede constituir un enorme obstáculo. Si la disciplina fuese algo preexistente, nuestra labor no sería necesaria; el niño poseería un instinto seguro que le haría capaz de superar cualquier dificultad.

El niño que llega a la escuela es un combatiente a punto de ser vencido por las represiones. Ya ha desarrollado una actitud defensiva que ocultará su naturaleza más profunda. Las energías superiores que podrían conducirlo a una paz disciplinada y a una sabiduría divina están adormecidas. Lo único que permanece en actividad es una personalidad superficial que se agota a sí misma en movimientos descoordinados, en ideas vagas, en un intento de luchar contra las represiones de los adultos o de huir de ellas.

La sabiduría e inteligencia sólo esperan ser despertadas en el niño. Las represiones han actuado contra él, pero todavía no está todo perdido y fijado en sus desviaciones, y nuestros esfuerzos no serán vanos. La escuela debe proporcionar al espíritu del niño espacio y el privilegio de desarrollarse. Al mismo tiempo, la maestra debe recordar que las reacciones de defensa y, en general, las características inferiores que ha adquirido el niño, son obstáculos que impiden la apertura de la vida espiritual y que el niño debe liberarse de ellas. Este es “el punto” de partida de la educación. Si el maestro no sabe distinguir el impulso puro de la energía espontánea que nace de un espíritu sereno, su acción no tendrá resultado. El verdadero fundamento de la eficacia del educador consiste en la capacidad de distinguir entre estos dos tipos de actividad, cada uno de los cuales tiene una apariencia de espontaneidad, porque en ambos el niño actúa por su propia voluntad, pero que tienen un significado completamente opuesto. Sólo cuando el educador ha adquirido una capacidad de discriminación, puede convertirse en observador y guía.

En estos tiempos en los que la educación se da por medio de herramientas virtuales, para nosotros es muy importante el intercambio de materiales que hacemos cada viernes, pues creemos que ayudan al niño a encontrar esos puntos de enfoque que lo llevan a la construcción de la disciplina interior. 

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