El 7 de septiembre a las 20:00
tendremos el gusto de compartir con la comunidad
una conferencia dictada por el Filósofo Carlos Mansur
Tomamos estos párrafos escritos por él en Euphyía Revista de Filosofía, Volumen VII Número 12 Enero-Julio 2013, una probadita del pensamiento de nuestro próximo invitado.
… “El ritmo mantiene la vida y la actividad, es a la vez que sucesión, devenir y permanencia. De aquí la importancia y lo esencial del ritmo para la vida, pues sin un orden rítmico de los componentes de un organismo, no hay vida. Así como la variación infinita y caótica aturden, también las revoluciones cíclicas y monótonas aburren, ambas aniquilan: la primera porque las sucesiones rítmicas no dan unidad, la segunda por ser unidad pétrea, monolítica, sin variación y sin vida, por eso quizás lo que muestra ritmo nos «anima», porque la vida se expresa mediante ritmos.
Los seres humanos vivimos compenetrados en el ritmo, vivimos bajo el cobijo de los ritmos de la naturaleza, la sucesión del día y la noche, las estaciones, la lluvia y la sequedad, el hambre y la satisfacción, el ritmo del sueño y vigilia, descanso y actividad, tristeza y alegría. Todo en la vida del hombre está puesto en ciclos y tiene un ritmo: nosotros mismos somos ritmo, las palpitaciones del corazón nos marcan lo mismo que la respiración nos acompasa un ritmo, nuestras actividades diarias se suceden en eso que nombramos el «ritmo de la vida». Nuestra existencia se despliega en una línea del tiempo fraccionada y dividida en tiempos más pequeños, distintos entre sí pues no tienen el mismo valor, los jerarquizamos y los ordenamos de acuerdo a nuestros intereses y ritmos.
Así como en la música las notas largas, las breves y los silencios marcan un ritmo, así en la vida hacemos pausas, nos retardamos para dar una cadencia a la vida, y mediante pausas y prisas que marcan un ritmo, valoramos y jerarquizamos nuestra existencia. La vida se hace más plena y llena de sentido cuando encontramos los ritmos que nos animan, el ritmo del trabajo con sus pausas, el ritmo en la forma de comer, de conversar, hasta en el arte de beber un café o un té se muestra quién goza y comunica esa «espiritual armonía» que conllevan los ritmos y que es lo que los griegos llamaban también eunomía (Tatarkiewicz 1978). El saber comprender y organizar estos ritmos del diario vivir, nos libera de la rutina y nos conecta a la vida, su apreciación y deleite nos convoca a una libertad de la imaginación, al juego y la libertad, pues el ritmo tiene la capacidad de ser esa «alternancia regular para aligerar el esfuerzo» (Rasmussen 2007; 112), lo cual nos hace comprender que el perder nuestro propio ritmo atenta contra nuestro sentido de vida, y así, nos quejamos de llevar un «acelerado ritmo de vida», de no tener tiempo para nada, o de vivir aletargados en espacios y entornos donde «no pasa nada», por esto no sería descabellado que parte del arte del buen vivir esté asociado al arte de saber encontrar cada quien nuestro propio ritmo de vida.
El ritmo en las artes ejerce un poderoso influjo en nosotros, de una manera aún más fuerte que el ritmo que está en la naturaleza, pues el arte encarna el ritmo creado por el propio ser humano, el cual apreciamos, escuchamos, sentimos y nos comunica, nos invita a estar en comunión con él. Contemplar el arte es estar dispuestos a entrar en el juego y dejarnos atrapar por él para que con sus ritmos y sus imágenes nos envuelva y nos transforme, es –en este contexto–, dejarse seducir por el juego rítmico y hacerse uno con él; el canto que escuchamos, que nos pone a cantar o bailar interna o externamente, lo mismo las proyecciones de cine o las novelas que leemos, nos adentran en sus ritmos y sus secuencias. Al apreciar el arte nos dejamos atrapar y envolver por sus ritmos de una manera más intensa que frente a los ritmos de la naturaleza: «Un hombre que se mueve rítmicamente empieza el movimiento por sí mismo y siente que lo controla. Pero en seguida es el ritmo el que lo controla a él y lo posee y lo arrastra» (Rasmussen 2007; 107). Todas las artes nos mueven en cuerpo y alma, nos animan porque nos mimetizamos al arte y sus ritmos, de aquí una de las razones del poder del arte, pues sus ritmos nos estimulan, nos alteran el ánimo, nos pueden animar o desanimar, ya que evocan y generan sentimientos, suscitan actitudes. No en vano el propio Aristóteles asociaba el ritmo y la melodía con la conformación del carácter en la Política (1340a). Y es que el ritmo nos aquieta, motivando el descanso, pero también nos incita a movimientos violentos o, en otras ocasiones, alegres…”