La Alegría de enseñar

A propósito del inicio de nuestro 29° ciclo escolar, comparto en este espacio un texto que escribí para la Gaceta Educativa Montessori Oquetza, publicada en el Año XXI, Número 32

La Alegría, soplo de energía que promueve el Aprendizaje

Jostein Gaarder es el autor de una de las frases que más me gustan. La leí hace algún tiempo en uno de sus libros y es la que me ha llevado a la reflexión para escribir este artículo: “La vida es un juego, todo es de azúcar”.

Definitivamente, si uno no se toma la vida como un juego, se la pasa muy mal y enferma terriblemente. La vida se debe vivir con alegría, con sencillez, con candidez, como un juego, tal y como la viven los niños, sin complicaciones. Es sólo cuando comenzamos a complicarnos con ideas preestablecidas y conceptos preconcebidos por personas egoístas y prepotentes, que perdemos el ritmo del juego de la vida, nos hacemos adultos aburridamente serios y complicados.

Que sea un juego, no quiere decir que no tenga reglas, que no siga un proceso, que carezca de puntos de equilibrio que se deban respetar para no perder la esencia del juego. Precisamente, por ser un juego se disfruta con todas sus reglas y límites, se pone todo el entusiasmo para poder ganar, para poder, sobre todo, seguir jugando.

flores-rojas-lluvia-agua 01Sí. A final de cuentas, si nos lo pensamos bien, de eso se trata la vida: de pasarla bien, de ser felices, de disfrutar el camino gozando de cada paso; sin embargo, muchas veces, ¡las más de las veces!, se nos olvida que es el disfrute lo que importa y nos ponemos a mirar directamente a la meta, sin importar lo que cueste llegar a ella lo más rápido posible. Es entonces que perdemos la alegría de mirar las cosas sencillas del camino, perdemos el gusto del juego y entramos en la competencia, en pocas palabras: dejamos de ser niños.

Observemos bien a un niño, a cualquier niño. Sin importar de qué estrato social provenga, él opera con gran sabiduría interna guiado por las leyes de la naturaleza. Se interesa en investigar, busca siempre la novedad a su alrededor y prueba una y otra vez hasta dar con la respuesta que le explique los porqués de su cotidianidad. El niño, en un ambiente apropiado, es capaz de aprender a manejarse por sí mismo, de establecer objetivos y de ser dueño de su fuerza de voluntad. Involucrémoslo en el controvertido mundo de los adultos y todo eso que por naturaleza le corresponde, se perderá.
¿Qué conclusión podemos sacar de esta observación?
Pues, entre otros detalles, que la educación debería ser un medio para indicarle el camino hacia un nuevo mundo por conquistar: el mundo del espíritu humano, el mundo de su propia esencia. Es muy fácil. Los niños, cuando están alegres aprenden a amar lo que hacen, eso genera en ellos un sentido de orden, disciplina y, autocontrol porque están manifestando su libertad de manera espontánea.

Es necesario que nos propongamos ver a la educación como un proceso de vida y no como una preparación para la vida futura. Así, de la vida diaria deberán provenir las actividades en las que los niños aprenden cosas sobre ¡la vida! Es en la práctica de actividades sencillamente cotidianas que el niño aprenderá las habilidades necesarias para tener una buena vida, pero, sobre todo, para disfrutar de esa buena vida y mantenerse alegre en el aprendizaje.

¿Por qué entonces la escuela se presenta como un centro en el que los niños se ven obligados a hacer tareas que no les resultan divertidas? Un lugar al que, en vez de asistir por amor a lo que se aprende, se asiste con miedo, con aburrimiento; un lugar al que se llega el lunes con deseos de que pronto sea otra vez fin de semana para no tener que ir más.

María Montessori se dio cuenta de que el niño tiene una sensibilidad interna muy particular, en él se manifiesta constantemente un gran impulso por observar y estar activo. ¡Es una criatura de pasiones intensas! Entonces, crea un espacio para desarrollar ese potencial de manera natural, en un ambiente alegre, espontáneo, siguiendo su propio ritmo, manteniendo el respeto para cada personalidad.

Una escuela Montessori es un mundo aparte especialmente preparado para que los niños encuentren oportunidades de aprendizaje de la vida, donde pueden entrar en contacto con las bellezas que lo rodean de una forma natural, en un ambiente de respeto, calidez y amistad que permiten al niño encontrar la forma de interactuar con la sociedad que le ofrece mil y una posibilidades de confrontación. Todo en un aula escolar. Sí. Todo eso se vive cada día en un ambiente Montessori.

María Montessori ve a la maestra como una guía, no enseña, simplemente demuestra a través de la ejemplificación del uso de cada material al momento de la presentación. ¡Ah! Pero, he ahí el punto más delicado, en el que recae la verdadera responsabilidad de la Guía Montessori: DEMUESTRA CON EL EJEMPLO. El niño, con toda esa sensibilidad de la que está dotado, podrá absorber no sólo los pasos a seguir para trabajar el material en cuestión, sino que tomará también como ejemplo la ACTITUD con la que la guía vive cada momento en el ambiente. El niño observará y encarnará lo que el ambiente le proporcione. Recordemos que el ambiente es el reflejo de la personalidad de la guía, que lo preparará de acuerdo a su forma de ver la vida: con alegría y responsabilidad siguiendo la filosofía que promueve o bien de manera descuidada y en el instante para salir del paso. Qué momentos tan delicados los que se viven en un aula escolar: momentos de creación de hombres y mujeres.

Seamos ejemplos vivientes de alegría, de amor por lo que hacemos, de responsabilidad y precisión, de amabilidad y respeto.
El niño está aprendiendo intelectualmente las ciencias, las matemáticas, el lenguaje. Pero el niño está creando su personalidad, su psique se desarrolla a través de la personalidad de quien ejemplifica el aprendizaje. Los adultos que rodean al niño son responsables del entorno que crean para que su personalidad se construya de manera saludable.

treboles lluviaNo perdamos la alegría al momento de enseñar, pues sólo así podremos crear un ambiente que le dé al niño el ejemplo vivo de lo que es el amor por la vida. Trabajar en la educación es la forma más eficaz y constructiva de oponer resistencia a la guerra, de decir no a toda la injusticia y corrupción que nos rodea.
Al hombre se le debe enseñar a ver el mundo en toda su grandeza, para ampliar los límites de su vida a través de la simplicidad de los detalles cotidianos que nos hacen descubrir grandes verdades; casi siempre, el secreto de la verdad está en las cosas sencillas.
Reflexionemos por un momento en la manera en que los niños aprenden. Lo más importante para que un niño logre la asimilación de conceptos, la comprensión de instrucciones, el razonamiento de situaciones, es que se sienta tranquilo y feliz.
Aprovechar del juego el aprendizaje; de la vida cotidiana, la reflexión; de las relaciones habituales, amistades de una vida, creará seres humanos conscientes y comprometidos con el mundo en el que viven, deseosos de crear, de convivir y compartir con los que están a su alrededor y de transformar más allá de las fronteras que logra ver.

Si bien es cierto que la convivencia que se da en un ambiente con poco más que tres decenas de creaturas de edades distintas, en el que todos participan activamente de una u otra forma, puede parecer complejo para quien no conoce la esencia de la filosofía Montessori, ese roce constante de niños de carácter diferente, de medios sociales que pudieran resultar contrarios, de religiones diversas y, en algunos casos, de lenguas diferentes, está regido y regulado por la disposición que tenga la Guía de preparar el medio que los contiene. Si la alegría florece en ese lugar, los niños podrán entonces disfrutar de una convivencia armoniosa, cordial, fraterna, se podría decir.

La alegría de enseñar se refleja en el amor por el trabajo que manifiestan los niños. La alegría que demuestre la guía, desde que prepara el ambiente hasta que termina de dar una presentación, desde que elige los objetos que pondrá en cada estante hasta que limpia y vuelve a acomodar el material al final del día para preparar una nueva jornada, desde que piensa en el color de la ropa que lucirá para sus niños ese día, hasta cuando redacta la entrevista que tendrá con los padres para analizar el avance que ha tenido el pequeño. La alegría ronda, se respira, se vive. La alegría alimenta los corazones de quienes entran en contacto con ella.

Seamos, pues, generadores de vida… de alegría.