Cada año tenemos la Feria del Libro, cada año presentamos un tema o dedicamos la Feria a algún escritor; cada año invitamos a los niños a escribir un libro; cada año, todos los días, a todas horas, organizamos actividades para que los niños se motiven en la lectura. Que lean, que nos vean leer, que vayan a leer a sus compañeros más pequeños, que sean parte de las letras y las palabras sean parte de ellos para que su comunicación tenga sentido, para que su imaginación se transfome y puedan crear y tocar corazones con su creatividad. Que lean… que lea… que lean… más y más.
Este es el resumen de dos artículos que plantean el por qué de tanto interés en que los niños se apasionen por la lectura. Interesante …
La investigación de la Universidad de Pennsylvania (EE UU), demostró que los libros no sólo entretienen a los niños, sino que además influyen en el crecimiento de su cerebro.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores hicieron un seguimiento a 64 niños desde su nacimiento hasta la adolescencia; en ese periodo los pequeños participantes recibían estímulos de sus padres y dedicaban la mayor parte de su tiempo a leer libros e interactuar con ellos; todo fue cuantificado por los científicos.
Diez años después, se obtuvieron imágenes del cerebro de los participantes y encontraron que el nivel de estimulación mental recibido por los niños a los 4 años se relacionaba con el grosor de dos regiones de la corteza cerebral en la adolescencia, y que esta era más delgada en los participantes con más estímulos.
Esto conduce a un proceso denominado la “poda sináptica”, que es muy dependiente de la experiencia. La poda sináptica reduce el grosor de la corteza cerebral y hace que el procesamiento de la información sea mucho más eficiente.
“Hemos comprobado que los cuidados de los padres influyen en la estructura del cerebro”, explicó Martha Farah, una de las autoras del trabajo. “No creo que los resultados sean una casualidad, sino que parece que la estimulación cognitiva a edades tempranas conduce a cambios en el grosor de la corteza cerebral”.
Mientras lees estas líneas, tres áreas de la corteza exterior de tu cerebro trabajan: el lóbulo frontal, encargado de procesar las imágenes; el lóbulo occipital, encargado de asociar los símbolos que percibimos (las letras) con un significado, y finalmente el lóbulo temporal, cuya tarea es hacer una equivalencia fonográfica de lo leído como si escucháramos un discurso o leyéramos en voz alta.
Al hacer una reducción un poco simple de la inteligencia a una cuestión aritmética (mayor capacidad cerebral, mayor inteligencia), ¿podemos plantear que leer nos hace más inteligentes?
Un estudio reciente llevado a cabo por el doctor Manuel Carreiras delBasque Center on Cognition Brain and Language sugiere que sí.
Carreiras realizó un estudio entre ex guerrilleros colombianos como parte de un programa de alfabetización para reincorporarlos a la sociedad.
Al comparar los cerebros de los adultos antes y después de cursar dicho programa el resultado fue contundente: las personas alfabetizadas mostraron un incremento importante en la materia gris (la densidad neuronal) y en la materia blanca (encargada de conectar los dos hemisferios del cerebro).
Ambas áreas del cerebro están relacionadas con el procesamiento visual, fonológico y semántico que son las tres áreas de especialidad en las que el cerebro distribuye la tarea de leer.
Leer también nos vuelve más veloces de mente y permite que nuestra experiencia sensorial sea más rica y amplia.
El doctor Jeff Zacks, investigador de la Universidad de Washington, concluyó que para procesar las palabras captadas por el ojo, el cerebro realiza una simulación, valiéndose de experiencias que ha adquirido previamente.
Sin embargo, ni el estudio de Carreiras ni el de Zacks arrojan luz sobre los valores culturales que la lectura trae consigo.
Esto significa que, hasta el momento, no hay algún indicador que permita afirmar que leer Cien años de soledad es más relevante que leer la Sección Amarilla.
El cerebro divide la mayoría de las actividades que realiza en tareas más sencillas y asigna cada una de ellas a regiones especializadas.
Al observar una palabra en papel, el cerebro hace una captación visual de una yuxtaposición de luces y sombras. Al mismo tiempo se crea una representación fonológica de la palabra que estamos leyendo (por eso leer en voz alta es más efectivo, porque genera imágenes más sólidas) y realiza una búsqueda exhaustiva entre todos los elementos almacenados en la memoria para dotar a la palabra leída con un significado.
De acuerdo con un estudio realizado en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, si una palabra, o un conjunto de palabras, suele estar acompañado por una serie de estímulos no lingüísticos (un sonido, un olor, una sensación), cada vez que nuestro cerebro perciba esta palabra estimulará las áreas encargadas de procesar el estímulo no lingüístico (o la acción real) con el que asociamos dicha palabra.
Dicho de otro modo, cuando leemos la palabra “canela” o “perfume”, nuestro cerebro activa la corteza olfativa primaria, que incluye la amígdala cerebral y el lóbulo piriforme. Esta parte del cerebro es la que utilizamos para captar olores en la vida real.
“Solemos pensar que la realidad virtual es algo que involucra computadoras, cascos y dispositivos extravagantes pero, en un sentido bastante serio, contarnos historias a través de la escritura y la lectura, es una forma de realidad virtual”, dice Zacks.
Además, la lectura tiene un carácter generativo: “al leer adquirimos experiencias virtuales que después pueden formar la base para asimilar otras experiencias y otras lecturas”, comenta Zacks.
Al acompañar a Robinson Crusoe en su naufragio, al viajar a Comala de la mano de Juan Preciado en busca de su padre, Pedro Páramo, o bien, al luchar contra la invasión de marcianos de H. G. Wells en “La guerra de los mundos” estamos enriqueciendo el acervo mental y neuronal de nuestro cerebro para poder procesar otras experiencias y multiplicando nuestra vida por la de aquellos seres imaginarios que pueblan la historia de la literatura.