El programa propone insectos y el proceso de crecimiento de las plantas. Los libros tienen historias divertidas y canciones que refuerzan el vocabulario aprendido, ejercicios interesantes y divertidos pero la mejor parte fue el cierre de la lección.
Cada uno de ellos buscó un frijol para poner en el algodón humedecido.
Una gráfica registró lo que pasó día tras día: con gran entusiasmo observaban los cambios que sucedian y los dibujábamos.
Con gran sorpresa vieron aparecer “de la nada” las pequeñas plantitas que finalmente sembramos.
El día de la siembra fue el cierre de toda una unidad en la que se presentó el vocabulario, se realizaron trabajos en sus libros, cantaron canciones en las que reforzaron el vocabulario presentado, conocieron procesos a través del material de desarrollo Montessori en el que aprendieron cada una de las partes de la planta, pero definitivamente, la mejor parte fue la sensorial: estar en contacto con la tierra, ver los gusanos aparecer y desaparecer entre la tierra, sobresaltarse cuando las ranas saltaban sorpresivamente, oler, tocar, sentir… vivir.
De El niño y la naturaleza, un párrafo de María Montessori:
“Incluso en medio de la naturaleza no podemos evitar tener prejuicios para saber cuál es la verdad. Nosotros nos hemos hecho también una idea simbólica de las flores; tratamos de adaptar las actividades del niño a nuestras propias ideas en vez de seguir al niño para interpretar sus gustos y necesidades.
Tan es así que en el jardín el niño es forzado a realizar actividades creadas artificialmente por el adulto. El acto de poner una semilla en la tierra y después esperar a que crezca algo, es trabajar en una escala muy pequeña y envuelve una espera muy larga para el niño. Ellos quieren hacer grandes cosas y llevar su actividad a una conexión inmediata con los productos de la naturaleza. Sin duda los niños aman las flores, pero están muy lejos de satisfacerse con estar entre flores, esperando mucho tiempo a que florezcan coloridamente. Los niños están felices si pueden actuar, descubrir, explorar incluso separados de la belleza externa.
Como resultado de experimentos que hemos hecho, varias conclusiones, diferentes de aquéllas con las que yo mismo empecé, se han demostrado con niños que se han dejado con libertad de elegir.”
Definitivamente, la mejor parte fue la sensorial, encontrar “worms” verlos aparecer entre la tierra y observarlos atentamente mientras desparecían… Oler la tierra húmeda, sentirla entre los deditos de los pies, mirar las piedras, probar la fuerza al aflojar la tierra…
Una semillita que se les quedó e el corazón.
Fotos: Gaby Garza.