Escribir nuestro nombre al final de un proyecto, firmar una creación, confirmar que lo que hemos escrito está correcto, proclamar al mundo que “yo”, quien firma, ha tenido la gran idea que se está observando, es motivo de orgullo y satisfacción.
Cuando los niños son capaces de escribir su nombre se observa en sus ojos una gran alegría, no sólo porque ya saben escribir, sino porque están escribiendo su propio nombre, son y se descubren capaces de demostrar que ellos han terminado ese trabajo tan bonito.
Los niños aprenden a escribir y a leer por memorización, uniendo sonidos representados por las letras que, al inicio, no entienden del todo. Es un proceso largo, difícil de describir pero sobre todo, enorme para entender, pues las conexiones cerebrales que se realizan para reconocer, unir visualmente, trazar y finalmente leer, son muchas y muy complicadas.
Observar a los niños en el proceso es muy interesante. Les comparto esta experiencia: Escribí una lista con los nombres de todos los que estábamos presentes en el círculo y lo leímos juntos. Pegué la lista en el muro para facilitarles la escritura de su nombre, ya que para varios de ellos es una tarea que requiere de ayuda. ¡Al inicio no se encontraban! Iban recorriendo cada palabra buscando el sonido con el que comienza su nombre, repitiendo detenidamente las sílabas que lo componen.
Poco a poco se encontraban con mayor facilidad, se ubicaban ya en el espacio de esa lista que al inicio parecía larguísima. Cada día eran menos los que tenían la necesidad de sentarse frente a ella para copiar su nombre pues lograban escribirlo sin ayuda.
La lista desaparecerá del muro porque no la necesitarán más. ¡Son capaces de firmar sus propias creaciones!