Se nos ha dado un regalo en los niños que servimos. ¿Qué tan agradecidos estamos? ¿Estamos en condiciones de participar en la vida de estos niños, para observar y participar en la expresión o en anulación de su individualidad? ¿Con qué frecuencia lo detenemos? Deja de enseñar. Deja de hablar. Deja de razonar. Deja de quejarte. Deja de hacer, y está con los niños.
Es fácil ser consumido por los elementos de nuestras aulas que podemos controlar. Podemos estar seguros de las lecciones planeadas. Podemos practicar presentaciones por lo que son perfectamente replicables cada vez. Podemos controlar nuestro estilo de vestir. Podemos limpiar el medio ambiente. Todas estas cosas son importantes, pero ninguna de ellas es tan importante como el amor que ofrecemos a estos niños. Cuando amamos a nuestros hijos, estos y otros elementos se convierten en una expresión de ese amor.
¿Quién es “El niño” del que Montessori habla con tanta frecuencia? Cada niño es “el niño”. El que se porta mal es “el niño”. El que regresa cada material con exactitud y cuidado es “el niño”. Aquel cuyos padres no están de acuerdo con nosotros es “el niño”. Aquel cuyos padres son voluntarios y donan y ofrecen su apoyo, es “el niño”. El que empuja en el patio. El que simplemente parece ser que no puede llegar al baño a tiempo. El que tira las habas por el desagüe. El que se mueve sin cesar durante la siesta. El que nos regala una sonrisa y nos ofrece un diente de león. Aquel que nos da las gracias por las pequeñas amabilidades. El que nos recuerda a nuestros hijos o nuestros padres o a nosotros mismos en un cuerpo más pequeño. Cuando reconocemos que el niño trascendental en el que está justo en frente de nosotros, es imposible no ser amoroso. Es imposible no estar agradecido.
Cada niño es “el niño”. Cada niño está lleno de lo misterioso, de la grandeza, del impredecible potencial. Cada niño promete redención de la cultura que hemos creado, desde el odio y la ira y de la guerra y el dolor que nos rodea como adultos. Si somos capaces de reconocer a cada niño como “el niño”, tal vez podamos servir al niño más plenamente. Al ver a cada niño como digno de respeto inconmensurable aumentan las expectativas… nos obliga a centrarnos en las cosas que no podemos controlar. Al hacerlo, nos obliga a asumir la responsabilidad por los resultados impredecibles. Cuando las cosas van mal, no podemos culpar a los niños. Cuando las cosas van bien, no podemos tomar el crédito. Nos quedamos en una posición de gratitud, agradecidos del elemento incognoscible del niño que nos ha dejado eufóricos o agotados o ambos.
Es necesario, para dar al niño, la posibilidad de desarrollar de acuerdo a la ley de su naturaleza, de modo que pueda llegar a ser fuerte, y, habiéndose hecho fuerte, puede hacer aún más porque nos atrevimos a tener esperanza para él. María Montessori.